Aunque el miedo es una de las sensaciones que las personas intentan evadir, cuando hay una amenaza repentina como una discusión agresiva, un intento de robo o algo desconocido, nuestro cerebro nos hace temer para así reaccionar y evitar el peligro.
Diversos psicoanalistas han encontrado que el miedo se presenta cuando sentimos que nuestra vida o la de nuestros seres queridos están en peligro, teniendo una reacción defensiva.
Dependiendo de la persona, la acción defensiva será excesiva o bien justificada, siendo la fuga, la lucha o la parálisis las reacciones más comunes. Cuando hay una situación peligrosa, nuestro celebro evaluará rápidamente lo que nos rodea, tomando en cuenta la amenaza, los recursos y la oportunidad de atacar.
Al momento de asustarnos, el cuerpo segrega aminas endógenas y adrenalina que preparan al corazón, a los músculos y a todo el organismo para la luchar o la fuga.
Reflejos primitivos
El mecanismo que desencadena el miedo se encuentra en el cerebro instintivo, que regula acciones esenciales, como comer o respirar, y en el sistema límbico, que regula las emociones y las funciones de conservación del individuo.
La amígdala, incluida en este sistema, analiza en todo momento la información que recibe a través de los sentidos. Cuando detecta una amenaza o peligro, desata los sentimientos de miedo y ansiedad.
El miedo es algo útil y necesario, pues nos ayuda a ponernos en alerta y permite realizar algunas acciones con más precaución en situaciones en las que nuestra vida puede peligrar.
Sin embargo, si la angustia y temor llegan a ser muy grande, puede tener efectos disruptivos en la mente, dando lugar a traumas que pueden limitar nuestros movimientos.
Sin duda alguna el miedo es una herramienta que tiene que saber controlarse y convivir con él de manera tranquila.