Llorar es el primer mecanismo de comunicación que aprendemos en nuestra vida. Al nacer, una de las únicas formas que tienen los bebés para transmitir lo que sienten es a través del llanto.
Luego con el paso del tiempo se desarrollan otros métodos más efectivos ante ciertas situaciones, como los gestos corporales, el habla o la expresividad. Sin embargo, toda nuestra vida utilizamos las lágrimas como principal método para informar que ''estamos tristes''.
Aunque aún hay incógnitas sobre el proceso que desencadena el llanto, se sabe que llorar ante una situación de tristeza y pena es un método de liberación de estrés que ayuda al cuerpo a manejar diversas situaciones emocionales.
Se dice que los humanos producen entre 55 a 110 litros de lágrimas al año, pero no por lágrimas de pena y tristeza, sino que las lágrimas ayudan a humedecer y limpiar el ojo, así como protegerlo de agentes extraños que puedan irritarlos.
Lágrimas por emociones
Las lágrimas emocionales son mucho más complejas, pues involucran el cerebro y las glándulas hormonales. Son estas hormonas las que surgen como respuesta ante fuertes situaciones emocionales, como un motor de regulación y liberación de estrés.
Estas lágrimas contienen prolactinas, un químico producido por el cerebro que aparece cuando tenemos bajos de dopamina. También aparece la sustancia leucina encefalina, un tipo de molécula opioide que se encargan de modular la percepción del dolor.
Es decir, las lágrimas funcionan como analgésicos naturales. La segregación de todos estos líquidos durante el llanto producen una especie de efecto calmante, lo que explicaría la sensación de bienestar posterior al llanto.
¿Y cuando lloramos de alegría? Aquí el mecanismo es bastante parecido, pues cuando experimentamos una gran felicidad se generan ciertas activaciones cerebrales desbordantes, por lo que el cuerpo necesita regularse de igual forma a través del llanto.