Si bien la mayoría de personas sabe que el físico no es lo principal a la hora de escoger a nuestra pareja, se ha comprobado que nuestro cerebro ha evolucionado para responder y sentirse atraído por la belleza, tanto de las cosas como de las personas.
Diversas investigaciones muestran que cuando vemos algo que nos parece hermoso, le atribuimos toda una serie de afectaciones positivas, como verdad, inocencia y eficiencia.
Y es que, lo mucho que nos guste algo y lo hermoso que nos parezca puede tener un efecto en nuestra experiencia y comportamiento.
Aunque la belleza pueda ser subjetiva, pues a todos nos pueden gustar y atraer cosas diferentes, hay algunas propiedades establecidas que afectan a que algo nos parezca atractivo.
Entre ellas se incluyen ciertas propiedades del objeto en sí, como la proporción, la simetría y la curvatura, así como la relación entre el objeto y el espectador, incluido el grado de familiaridad.
Por ejemplo, una pintura nos puede llamar más la atención si la asociamos con motivos que nos parezcan familiares, a diferencia de aquellos desconocidos. Cuanto algo es más fácil de entender, más nos gusta.
En pocas palabras, la estética importa, y se refleja en nuestro comportamiento y desempeño, pues nos rodeamos de cosas que nos gustan objetos que son atractivos a la vista, buscando que nuestro hogar o área de trabajo se vean estéticos, dependiendo de nuestros gustos.
De igual forma, tendemos a pensar que las cosas bonitas funcionarán mejor y serán más fáciles de aprender y utilizar, a diferencia de objetos con un diseño extraño y confuso.
Es por eso que las tiendas a menudo seleccionan cuidadosamente la música, los objetos y los aromas que pueden influir en nuestro comportamiento de compra.
No es que seamos fijados, solo es nuestro cerebro guiando nuestro camino a través de lo estético.