Todos alguna vez nos hemos puesto de mal humor cuando tenemos hambre, pues pasar varias horas con el estómago vacío puede hacer que emociones como la fatiga, la confusión o el enojo tomen el protagonismo de nuestro cuerpo.
El causante principal del mal humor es el azúcar, específicamente la glucosa que circula en nuestra sangre. Cuando sus niveles comienzan a bajar debido a que no hemos comido nada en las últimas horas, nuestro cuerpo desencadena una serie de respuestas para recuperarlos.
Este tipo de azúcar es la principal fuente de energía para las células que componen todos nuestros órganos. Si el cerebro no recibe suficiente glucosa, lo percibimos sintiéndonos débiles, irritables, mareados y con dificultad para concentrarnos.
Estos son algunos de los síntomas que sirven como señal de que necesitamos comer para restablecer los niveles de azúcar en la sangre. Además, se producen una serie de reacciones fisiológicas, pues a nivel molecular se liberan distintas hormonas como la grelina, un compuesto natural que estimula el apetito.
Sin embargo, al desconocer las circunstancia de por qué no estamos comiendo, la grelina estimula de manera indirecta la producción de cortisol, hormona asociada con el estrés.
La presencia de cortisol en la sangre durante estados de hambre afecta al funcionamiento del cerebro, alterando los niveles de dopamina y serotonina, neurotransmisores relacionados con emociones positivas y la percepción del estrés.
Adrenalina por hambre
La consecuencia de estos efectos combinados hace que nos sintamos irritados o enojados más de lo normal cuando tenemos hambre, pero por si fuera poco, en este estado nuestro cuerpo también comienza a liberar adrenalina, hormona que provoca reacciones ante amenazas.
Durante los estados de hambre, tanto la adrenalina como el cortisol afectan conjuntamente a nuestro ánimo, haciendo que estemos más enojados o irritados.
Se cree que esto surgió como una respuesta evolutiva para poder sobrevivir a la escasez de alimentos en años pasados, pues así nuestros ancestros competían con los rivales por los recursos, ya que ser agresivo resultaría ventajoso cuando los humanos eran cazadores y recolectores.
Aunque ya no competimos por la comida de la misma manera, conocer cómo reacciona el cuerpo al hambre puede ayudarnos a manejar nuestras emociones, por lo que si empiezas a sentirte enojado o irritado, basta con recordar cuánto tiempo llevas sin comer.