La festividad de Halloween se ha hecho popular en todo el mundo, pues aunque empezó como una tradición estadounidense, son muchas las personas que disfrutan las historias de fantasmas, vampiros y brujas.
De hecho, lo que más nos atrae del género del terror es el propio miedo, pues al ser ficticio nos divierte y aleja del terror de la vida cotidiana, siendo una experiencia gratificante para muchos.
Todo comienza en la amígdala, la estructura ovoide situada en la parte dorsomedial del lóbulo temporal del cerebro, que es el área que genera la emoción que llamamos "miedo" y desencadena las famosas respuestas de "lucha o huida".
Cuando nos exponemos a un estímulo que nos asusta, como un ruido repentino o una imagen aterradora, el tálamo, otra estructura cerebral, transmite la señala a la amígdala y ahí decide si debemos asustarnos o no.
Cuando el cerebro decide que hay motivos para asustarse comienzan una serie de cambios bruscos:
La adrenalina y el cortisol, dos hormonas que aumentan el ritmo cardíaco, la presión sanguínea y la frecuencia respiratoria, se liberan preparándonos para la huida.
Al mismo tiempo, se liberan sustancias como la dopamina, la oxitocina, las endorfinas y la serotonina, que ayudan a preparar el cuerpo para el combate.
También intervienen en la consolidación de los recuerdos emocionales relacionados con la experiencia que acabamos de vivir y, sobre todo, provocan sensación de bienestar, dan euforia y reducen el estrés.
Cuando el organismos se siente ileso, ellas convierten el miedo en una experiencia gratificante y capaz de crear adicción, por eso muchas personas buscan asustarse viendo películas de terror.
Incluso, estudios han encontrado que los aficionados al terror demostraron ser más resistentes psicológicamente durante un periodo estresante.
Los investigadores atribuyeron este resultado al entrenamiento que supone la exposición regular a películas, libros y otros medios con temática de horror, que de alguna manera enseña al organismo a aceptar emociones como el miedo y la ansiedad.